El presidente Bukele anunció que todo rastro de “ideología de género” ha sido eliminado del sistema educativo. Nada de materiales, nada de programas, nada que pueda chocar con los valores tradicionales.
Para unos, la medida es un triunfo: familias que aplauden que sus hijos aprendan matemáticas, historia y ciencia, pero sin contenidos que sienten como una imposición. En redes sociales escriben: “Por fin alguien defiende la inocencia de los niños”
Pero para otros, es censura. Docentes, organizaciones y voces críticas aseguran que esta decisión borra espacios de inclusión y deja a muchos estudiantes sin representación ni respeto en las aulas. “No es educación, es control”, se escucha del otro lado.
Bukele insiste: su postura no es contra las personas, sino contra lo que considera ideas que van en contra de la fe y la familia. Y lo dice con un tono que muchos describen como inquebrantable: “El Salvador es tierra de Dios, y aquí no vamos a enseñar lo que lo contradiga.”
La escena final queda marcada: Un presidente levantando la bandera de la familia como fundamento, y un pueblo dividido entre aplausos y críticas. Pero más allá del debate, hay una reflexión que trasciende: los gobiernos cambian, las leyes cambian… pero la fe en Dios y el valor de la familia son raíces que nos van a guiar para siempre.